Hablando hace unos días acerca de la historia del CD, al mencionar a la holandesa Phillips, pensé en un fenómeno que ocurre todos los días y del que muchas personas no se quieren hacer conscientes.
La mencionada marca me hizo recordar un viejo televisor Phillips, el primero que tuvimos en casa, un regalo de mi abuela Carlina; de aquellos que venían con patas, aunque el nuestro era cojo de una de ellas, consecuencia de la acción de las termitas.
A ese único aparato que había en las casas le otorgábamos la facultad de unir a las familias y amigos frente a él. Nelson, Willie y yo después de las tareas escolares nos sentábamos a ver al pequeño Samurái; el Hombre Par, Monstruos del espacio, Ultramán, los tres chiflados, Rod Roger, Batman y por supuesto El Zorro, la más de las veces con algunos amigos como León Arístides o Isidoro.
Entrando la noche, le tocaba a mi mamá ver, probablemente, Lucecita, Renzo el gitano, o El derecho de nacer con el inolvidable Albertico Limonta. Los chicos permanecíamos allí, sentados en la sala, en el piso, todavía era la época de los besos trucados en las telenovelas Posteriormente mi papá vería la serie Combate, todos allí, compartiendo, reunidos frente al televisor.
Era una especie de ritual que se repetía en los hogares, por ejemplo la noche del 20 de julio de 1969 en la casa de mi amigo Francisco Vásquez, estaban sus hermanas Egleé, Leyda, Marielena, Gladys, acompañada por quien, a la sazón, era su novio, hoy su esposo el doctor Fernando Aular; la tía Sofía, la señora Elodia, Marlene, quien era una prima de ellos; estaban también mis hermanos, mi mamá, mi papá, y otras personas en aquella sala.
Los muchachos, como era habitual, sentados en el piso y habilitadas algunas sillas del comedor para los adultos, unidos todos para ver cuando Neil Armstrong y Buzz Aldrin se convirtieran en los primeros seres humanos en pisar la luna.
Solía suceder algo parecido con la famosa lucha libre Catch as catch can que televisaban los sábados, donde se sufría junto Al Dr. Nelson, Bassil Battah, el Tigrito del ring; por el rudo castigo que les propinaban, El dragón chino, el Gorila, o el gran Jacobo.
Como olvidar, ya pasados los años, esos memorables combates de boxeo donde tomaron parte Mohamed Alí, Mano ´e piedra Durán, Salvador Sánchez, Alexis Argüello, etc; ahora gracias a la edad, aderezados con burbujeantes y doradas bebidas; o algo un poco más fuerte on the rock.
Ya no nos sentábamos en el piso, pero se mantenía la constante de la compañía familiar y de amigos reunidos frente al televisor. Domingos de Islas de la Fantasía y buenas películas en perfecto blanco y negro. Las féminas se decantaban por Heidi, Candy Candy, o Marco.
La generación Mazinger Z en los ochenta vio colorearse la televisión, en tiempos de parabólicas. En la generación Power Ranger de los noventa, aumentó el número de canales gracias a la banda UHF, génesis de las cableoperadoras.
En el nuevo milenio comenzó a incrementarse el número de aparatos por casa, los hábitos televisivos cambiaron, cada vez se miraba menos en familia; se inició la individualización de la televisión, y aquella mencionada facultad de unir que le otorgamos a la televisión, la anulamos y comenzó a separar a la familia.
Infortunadamente, ahora, los integrantes del núcleo familiar se aíslan para ver televisión, recuerdo alguien que me comentó que en su casa, en el almuerzo y la cena, corrían a servirse la comida y cada quien se iba, plato en mano, a su cuarto a ver televisión; tristemente, en muchas ocasiones a ver el mismo programa, en otras oportunidades solo para hacer zapping, porque “no hay nada que ver”.
Si nos fijamos bien, con este consumo individual de televisión ocurre una especie de doméstica disgregación familiar, que se aprecia aún más en jóvenes y niños enclaustrados en sus cuartos, a quienes es difícil animarlos a vivir las aventuras que esperan en los libros.
Pero es importante observar, que aunque hay padres que se quejan de que sus hijos no salen del cuarto y viven pegados al telerreceptor, sería muy conveniente revisar, por ejemplo, ¿cuántas veces hijos o nietos te han invitado a ver un programa y recurres a la trillada fórmula: “en este momento no puedo porque estoy ocupado”? Sin darte cuenta de que se pierde una valiosa oportunidad por malinterpretar la verdadera necesidad en ese miembro de la familia, pues lo que realmente está pidiendo es compañía.
¡Y cuidado!, este aparato afecta, también, la relación íntima. De hecho, a veces me ven como extraterrestre, cuando propongo en los talleres de parejas, que saquen el televisor del cuarto. ¡Si, tú lo sabes! No lo pienses mucho; hazlo y sin duda verás, o mejor dicho, tendrás mucha más acción en tu aposento. Esto lo puedes tomar como una receta de cocina: no falla!
Si todavía no estás seguro, hazle caso a lo que, por décadas, se comenta en nuestra cultura cuando vemos a una pareja con una fecunda prole: ¡esos como que no tienen televisor!
Ramón "prefiero lo otro que ver televisión" Edelyv